Por Cristina Casas Maciá
Un jueves de Febrero por la tarde, Parroquia de Sta. Mª de las Flores y San Eugenio, Sevilla. Parroquia grande donde las haya pero que se queda pequeña a la hora de albergar a los numerosos grupos y feligreses que la viven y sienten como su casa. Unas veces más adormecidos que otras, pero siempre dispuestos.
Variopinta, diversa…Con una comunidad formada tanto por aquellos que comienzan a dar sus primeros pasos en la vida como por aquellos otros que tienen la espalda vencida por el paso del tiempo y a los que ya empiezan a fallarles las piernas y la memoria.
A eso de las cinco de la tarde pisan por primera vez aquel suelo cuatro Carmelitas Samaritanas acompañados de dos fieles amigos. Nada más ver sus caras y sentir lo que desprendían supe que lo que íbamos a vivir durante aquellas Jornadas Samaritanas iba a ser grande, muy grande, como todo regalo que viene de Él y que además venía sin envoltorio, así tal cual, al descubierto. Sus carcajadas, sus voces limpias eran escuchadas por un numeroso grupo de niños de Confirmación que aguardaban nerviosos el encuentro en un patio adyacente decorado para la ocasión.
Cuando se produjo y estos cuatro ángeles venidos desde Valdedios se pusieron frente a ellos las caras embelesadas mirándolas de aquellos niños hablaban por sí solas. ”Dejad que los niños se acerquen a mí”.
Tras un rato de conversación, risas y cantos las obsequiaron en agradecimiento con uno de los momentos del día favoritos para un niño, la merienda, y así, entre juegos y parroquianos que comenzaban a llegar y acercarse a aquellas hermanas que venían de “tan lejos” pasó la tarde.
La alegría era palpable, Jesús estaba allí entre nosotros…que se pare el tiempo….pero éste siguió su curso regular y junto al Señor expuesto a la derecha de Madre Olga, en un templo casi lleno y sediento de Cristo en silencio, que interiorizó cada palabra que salía de los labios de aquella discípula samaritana. Cada palabra calaba, iba ahondando y ordenando el desorden interior que muchas veces tenemos haciendo que todo fuese encajando…se respiraba paz, se sentía sosiego, descanso como el que sólo se siente en el regazo del Padre. Y embebidos en estas sensaciones vivimos una Eucaristía embellecidas por sus voces, sus acordes y esas letras de sus canciones que parecen dictadas por el mismísimo Señor.
Tanta era la sed que despertaron que todos esperábamos ansiosos la llegada del Viernes para volver a beber de aquella fuente y qué mejor forma de materializar este hecho que con una Adoración Eucarística; a solas con Él, sin nadie ni nada más, solos Él y tú cara a cara.
Y la comunidad quiso ser agradecida con estos cuatros instrumentos de Dios venidos de Samaria con lo mejor de sus casas y sus cocinas en una convivencia en la que pudimos entrar en contacto con ellas y disfrutarlas. Mirabas a tu alrededor, y avistabas sus velos siempre con el que las reclamaba y las requería, regalándoles amor, el amor de Dios, tan desconocido para algunos pero del que ellas son catedráticas.
Y con un sábado espléndido, soleado, radiante, pintado…llegó el plato fuerte de estas Jornadas; el Retiro cuaresmal al que acudieron desde ancianos de la residencia de la parroquia hasta jóvenes que comienzan a andar de la mano de Él. Y es que estas hermanas con su humildad, su sencillez, su amor, sus miradas puras, sus sonrisas eternas y irradiando al Padre por los cuatro costados son capaces de llevarlo a “todos los públicos”. Había incluso quién nunca había participado en un retiro pero un impulso les había hecho estar en éste; yo sé cómo se llama ese impulso.
El Sacramento de la reconciliación, del perdón….qué conocido por todos, ¿verdad? Pero qué viciado a veces…Con la ayuda de ellas muchos volvimos a encontrarnos con la verdadera misericordia del Padre y volvimos a empezar de cero. Qué gran suerte esta de poder empezar de cero sin que nada quede en tu “debe”.
Y tras esto, unos como Marta y otros como María, hermanas de Lázaro, sentimos como el mismo Jesús resucitaba de nuevo en nosotros. Estábamos más dispuestos que nunca. Nos habíamos desatado de las ataduras que nos mantenían inmóviles y estancados y volvimos a ser libres. Libres para acompañar al Señor que había estado presente en su cuerpo hecho pan durante toda la mañana en una procesión del Corpus Christi improvisada hasta su tabernáculo entre cantos de adoración.
Ahora tocaba salir de nosotros para llevarlo a Él a nuestros hermanos “muertos en vida” que incluso desconocen que lo están para gritarles; ¡Levántate y anda! ¡Resucita!, ¡Él te llama!, ¡Él te espera!, ¡Sal de tu sepulcro!, ¡Él te ama!, ¡Vive!
Pero el retiro no terminó en ese momento, Jesús quería que continuáramos con él en una nueva convivencia que ninguno de los presentes olvidaremos. Entre cantos, conversaciones, confesiones y comunión, sobre todo mucha comunión, pasamos la tarde hasta que llegó el momento de la partida.
No fue una despedida, sólo un “hasta luego”, porque todos sabemos que estas Jornadas sólo han sido el comienzo de “algo grande” que estoy segura que está dentro del plan perfecto que Jesús tiene para cada uno de nosotros.
Los abrazos que allí se sintieron eran abrazos de hermanos, abrazos en Cristo de esos que vuelves a sentir cuando los recuerdas, abrazos de verdad…
Regresaban a su casa esas samaritanas habían venido a animarnos a seguir el sueño que Él tiene pensado para nosotros y a regalarnos vida verdadera y que lo hicieron cada una con su SER; una con su profundidad y capacidad de transmitir y hacer sentir el mensaje de Jesús, otra con su paz y la verdad en su faz, otra con su jovialidad y entrega, y la más joven con su valentía y seguridad.
Si su misión consistía en traernos a Sevilla todo el amor que el corazón de Jesús que tanto aman nos tiene, lo han conseguido con creces siendo en este tiempo litúrgico de oración, abstinencia, de desierto… como agua de Febrero.
Juntos andemos Señor, por donde vayas tengo ir, por donde tu pases tengo que pasar