Hoy día 21 de Enero de 2018, las Carmelitas Samaritanas del Corazón de Jesús ¡estamos de fiesta! ¡tenemos desde las cuatro menos veinte de la tarde una hermana más! ¡La hermana Covadonga de Jesús ya es una de nosotras! Todas las hermanas: las que viven en Viana de Cega y las que vivimos en Valdediós hemos vibrado con un mismo corazón y a pesar de la distancia física que nos separa hemos estado muy, pero que muy unidas, dando gracias a Dios que tanto nos cuida y nos ama. Estamos felices por la entrada de una nueva hermana, estamos felices por ser Samaritanas del Corazón de Jesús, estamos felices y agradecidas porque Él nos haya llamado a este Carmelo para ser agua, aceite y bálsamo para su Corazón.
Carmelitas Samaritanas: esa es nuestra vocación, nuestra misión, lo que somos. Lo que queremos ser. Lo que debemos ser. Lo que Jesucristo quiere que seamos y la Iglesia necesita que seamos. ¡Carmelitas Samaritanas! Esposas de Cristo en el Carmelo, en este Carmelo “nuevo”.
Las Carmelitas Samaritanas… ¿qué somos? ¿qué tenemos que ser cada una? Tenemos que ser sencillamente la esposa fiel, entregada, amante de Jesucristo. Tenemos que ser mujeres llenas, plenas, plenas de vida. Que dan vida, porque viven para el que es la Vida. Tenemos que ser aquellas que hacemos de los hijos de Adán, hijos del Padre. Engendrar continuamente almas a la vida de la Gracia, a la vida de Dios. Aumentar sin fin el número de los hijos de Dios.
Tenemos que ser aquellas que vamos presurosas al encuentro de Jesús, al encuentro del Señor. Tenemos que unirnos a Cristo en sus vigilias de oración, en sus momentos de intimidad con el Padre, a Jesucristo que en la Eucaristía está orando al Padre como un puente entre Dios y los hombres. Tenemos que estar adheridas a Él. Vivir con el alma arrodillada, junto a Él, para rogar al Padre, para alabar al Padre. Y para ser crucificadas con Él. Vivir como Él: con los brazos abiertos entre el cielo y la tierra, acogiendo a todos esos hijos que hemos engendrado y entrándolos a la gloria. Si es necesario… metiéndolos en el cielo a empujones. Y clamando con Jesús: “Padre perdónales, porque no saben lo que hacen.”
Tenemos que ser ese grito de perdón al Padre. Tenemos que cargar, como Jesús, sobre nosotras el pecado del mundo, llevándolo al patíbulo, llevándolo a la Cruz. Empaparnos en la Sangre y el Agua del Costado y lavar todo ese pecado. Y ofrecerle al Padre hijos regenerados, nuevos, vivos, resucitados para siempre… hijos en el Hijo Primogénito. Esa es nuestra misión: ¡Dame almas y quítame todo! ¡¡Dame almas y quítame todo!!
Este Carmelo tiene que ser testimonio de unidad, ejemplo de unidad, UT UNUM SINT, que sean uno. Es el deseo supremo de Jesús en la última cena: que los suyos, sus íntimos, sus apóstoles, nosotras sus esposas, seamos completamente uno para que el mundo crea. Jesús tiene sed de esa unidad, de ese testimonio de unidad, para que el mundo crea, porque esa unidad es signo de amor. Es signo de que el Evangelio es válido y real y se hace presente en este mundo. Y el hacer y vivir el Evangelio en este mundo, es realizar la Gran Promesa, ser completamente uno, con una unidad sin fisuras, sin que se resquebraje por ningún sitio. Una unidad cuyo fundamento, cuya consistencia, cuyo vínculo, es Él, es Jesús, es el amor de Cristo.
Este Carmelo es, tiene que ser un cielo anticipado antes de que la vida haya terminado, un tiempo robado a la eternidad.