Vida Samaritana

Cuando con frecuencia nos preguntan qué «tipo de monjas» somos… sonreímos y respiramos hondo, porque no es fácil de explicar.

Normalmente el interlocutor espera una respuesta que nos sitúe en uno de los casilleros ya existentes para monjas en la Iglesia de Dios y no es lo que solemos contestar, porque no hay casillero previo, digamos que el Espíritu Santo lo está “acondicionando” para nosotras.

Somos monjas, eso sí: tenemos votos públicos y eso es innegociable. Pero no somos monjas de clausura «al uso», ni tampoco propiamente religiosas de vida apostólica activa.

Lo primero no lo somos porque no tenemos clausura papal, ni vivimos la vida monástica según la tradición de la Iglesia. Y lo segundo tampoco, porque nosotras no realizamos ninguna labor social, sino que nuestro apostolado es puramente espiritual: la oración y ayudar a nuestros hermanos a tomar conciencia de su propia interioridad, del alma inmortal que llevan en su ser.

Así que somos un vino nuevo que va mejorando en un odre nuevo. La Iglesia nos ha dado un tiempo para que ese vino madure y mejore y llegue a ser exquisito. Y en ello estamos: dejándonos hacer por el Espíritu, tratando de permanecer abiertas a su acción.

Combinamos la acción sumamente sencilla, con el apostolado y la contemplación.

La «acción» ―si se puede denominar así― consiste en el trabajo, que es sencillo y manual, así como todas las iniciativas y proyectos que abordamos, siempre al servicio del testimonio y del carisma. Cualquier altavoz es válido para gritar al mundo: ferias, medios de comunicación, charlas, editorial, salidas a parroquias…

Nuestro apostolado se realiza de diversas maneras y según lo que Dios va dictando: acogiendo a quienes se nos acercan, escuchando, hablando y dialogando, publicando…

Y sobre todo permaneciendo abiertas a lo que Dios nos pueda pedir. El testimonio es fundamental y la disponibilidad absoluta es una de las líneas más características de la vida samaritana. La Carmelita Samaritana es una especie de todoterreno de Dios, que vive al mismo tiempo la pobreza y la obediencia de manera radical en la absoluta inmediatez de hacer lo que se le pida sin preámbulos, sin cálculos, ni grandes planificaciones, minuto a minuto, como, cuando y donde Dios quiera.

La Voluntad de Dios es nuestra vida, nuestra celda, nuestro claustro, la atmósfera que intentamos respirar.

Ser flexibles y maleables para poder dar en cada momento lo que se requiere. Recias en el amor y en la determinación de ser puras pertenencias de Dios, y dóciles y abiertas a todo lo que Él nos pida en cada momento, con una obediencia alegre, sencilla y pronta. En lo grande y en lo pequeño: en aceptar un cambio de casa o en prestar el pequeño servicio de sacar la basura al punto de recogida.

Ese despojo radical es otra de nuestras señas de identidad, junto con la alegría y el amor por lo pequeño, lo sencillo y lo cotidiano.

El trabajo manual y el hecho de que todo sea de todas, es otra característica de la vida samaritana. Todo es común y compartido; todo es de todas: el talento de una hermana es de todas, el sufrimiento y el dolor de una también lo es de todas. Y la unidad por encima todo, como deseo supremo de Jesús.