Acogida samaritana
Luchamos para que cada persona que se acerque a nuestros monasterios se vaya consolada, confortada y sabiéndose amada, porque es el mismo Corazón de Jesús que se nos acerca «disfrazado de» que viene a nosotras diciéndonos: «Busco compasión y no la hay, consoladores y no los encuentro…»
Vemos en cada persona que se acerca a nosotras almas que buscan a Jesús con sed ardiente aunque la mayoría ignoren que se están muriendo de sed. Es nuestra vocación mostrarles la Fuente de Agua Viva, ser samaritanas que cooperen en saciar la sed de ese Jesús que viene pidiendo y al mismo tiempo -aunque parezca paradójico- luchar por avivar en los hombres la sed de Dios, porque Jesús tiene sed de que los hombres tengan sed de Él.
Estamos llamadas a saciar esa sed ―de Jesús en su Corazón y de Jesús presente en los hermanos― haciéndonos agua para todos, esto es: por la oración personal, la abnegación evangélica y el testimonio de vida: escuchando, orando y dialogando con los que se nos acerquen.
Jesús llama a las almas: ‘Venid a mí’. Vienen a nosotras atendiendo a esta llamada y buscándole a El porque están ‘cansados y agobiados’. Hemos de ser esas manos maternales y ‘samaritanas’ que alivien a todos estos hermanos que acuden a nosotras diciendo: ‘queremos ver a Jesús’. Hemos de ser el Rostro visible y encarnado de Jesús que acoge en su Corazón. Tenemos que aprender de Él, contemplándolo largos ratos en el Sagrario, a ser mansas y humildes para que la humanidad reconozca y aprenda en nosotras el Corazón manso y humilde ‘que tanto ha amado a los hombres’. ―Constituciones, Cap 1, 3.