Vocación
Carmelitas Samaritanas: esa es nuestra vocación, nuestra misión, lo que somos. Lo que queremos ser. Lo que debemos ser. Lo que Jesucristo quiere que seamos y la Iglesia necesita que seamos. ¡Carmelitas Samaritanas! Esposas de Cristo en el Carmelo, en este Carmelo «nuevo» concretamente, y ¿qué eso? ¿Qué es el Carmelo Samaritano? ¿Qué tiene que ser este Carmelo recién brotado? ¿Qué es lo que Jesús quiere, lo que Jesús espera de nosotras?
Este Carmelo tiene que ser ―ante todo― testimonio de unidad, ejemplo de unidad, UT UNUM SINT, que sean uno. Es el deseo supremo de Jesús en la última cena: que seamos completamente uno para que el mundo crea. Ser signo de que el Evangelio es válido y real y se hace presente en este mundo.
Tiene que ser como dos manos envejecidas, trabajadas, entregadas, que sostienen una patena ante el Corazón de Cristo, en la que descansa la humanidad toda. Tenemos que prestarle a Jesús ese servicio. A Jesús y a la Iglesia.
Este Carmelo es, tiene que ser un cielo anticipado antes de que la vida haya terminado, un tiempo robado a la eternidad.
Y por último… tenemos que llegar a ser Jesús mismo. ¡Jesús! Jesús que llora y se lamenta por las gentes de Jerusalén que no amaban, que no eran capaces de amar, ni de acoger el don de Dios. Tenemos que ser Jesús mismo, que por ellos llora, y por ellos muere.
Las Carmelitas Samaritanas… ¿qué somos? ¿qué tenemos que ser cada una? Tenemos que ser mujeres llenas, plenas, plenas de vida. Que dan vida, porque viven para el que es la Vida. Tenemos que ser aquellas que hacemos de los hijos de Adán, hijos del Padre.
Tenemos que estar adheridas a Jesús. Vivir con el alma arrodillada, junto a Él, para rogar al Padre, para alabar al Padre. Y para ser crucificadas con Él. Vivir y morir como Él: con los brazos abiertos entre el cielo y la tierra, acogiendo a todos esos hijos que hemos engendrado y entrándolos a la gloria. Si es necesario… metiéndolos en el cielo a empujones.
Tenemos que ser las que, abrazadas a Él, suframos su sed, esa sed acuciante, abrasadora que a El le consume… Y al mismo tiempo ser el agua que calme esa sed. Ser la gota de agua fresca, transparente, que en los labios de Jesús, suaviza un poco su sed.
Pero sobre todo… creo que lo más importante, la idea más fuerte, la más central, son esas manos elevando en una patena la humanidad entera. Tenemos que tirar de toda la humanidad hacia arriba, y elevarla al Padre. A un mundo pagano, olvidado de Dios, alejado de Él, que le ignora… tenemos que ponerlo en nuestro regazo y no cansarnos nunca de ofrecerlo, de elevarlo y de arrastrar hacia el cielo a la humanidad.
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«Quería deciros una palabra, y la palabra era alegría. Siempre, donde están los consagrados, siempre hay alegría». ―Papa Francisco