El Sagrado Corazón de Jesús

Jesús mío, que yo no me olvide de que tienes Corazón

«Jesús mío, que yo no me olvide de que tienes Corazón». Estas palabras de San Manuel González definen la triste realidad de muchos que se dicen cristianos: nos olvidamos de que Jesús está vivo, es verdadero Hombre y -por lo tanto- tiene un corazón de verdad, humano y sensible como el de cualquiera de nosotros. Un Corazón vivo y palpitante, vulnerable a nuestro amor y a nuestro desamor. Esa es la realidad que creemos, por la que estamos aquí y por la que queremos vivir y morir.

Las Samaritanas estamos llamadas a gritar esto y a ayudar a los hombres a concienciarse de esta preciosa verdad: que Él está ahí y tiene Corazón. Y como tal, lo nuestro le afecta… ¡No juguemos con Él! ¡No le maltratemos! ¡No le pongamos triste! ¡No le hagamos daño!
Los que no creen, nos podrían mirar sorprendidos y decir: Pero ¿qué clase de Dios tenéis que se le pude hacer daño? ¿No decís que es Todopoderoso? ¿No es Dios? Entonces… ¿cómo le podéis hacer daño?

Y ahí solamente podríamos contestar una cosa: «¡¡Cállate!! No se puede comprender con la cabeza. Que nuestro Dios tiene Corazón, solamente se puede comprender desde el corazón. Simplemente mírale: mírale en el Pesebre, en la Cruz, en la Eucaristía… ¡mira cómo nos ama! No hay nada más que explicar».
Ese es el testimonio de fe que tenemos que dar, es la Buena Noticia que tenemos que anunciar hasta los confines de la tierra: Jesucristo, el Hijo de Dios, verdadero Hombre, está vivo, ha resucitado y tiene Corazón. ¡Adorémosle!

 Es nuesto Maestro

¡La mansedumbre y la humildad! Las dos grandes asignaturas que nos quiere enseñar el Corazón de Jesús. Paraos a pensar despacio lo que significa decir que nuestro Dios es manso y humilde: ¡Dios es humilde! ¡Dios es manso! ¡Ese es nuestro Dios!

Y ante un Dios así… ¿podemos tener miedo? Ante un Dios así… ¿podemos escondernos? Ante un Dios así… ¿podemos ignorar su amor? Ante un Dios que mendiga, que pide, que suplica… ¿podemos negarnos a dar lo que pide? ¿Podemos decir que le amamos, que creemos en Él, que somos cristianos y permanecer en nuestra soberbia, en nuestra dureza de corazón, en nuestro egoísmo? ¿Podemos dejar de responder a Quién con tanto amor, con tanta ternura, con tanta delicadeza, con tanta humildad, nos ruega que no le dejemos solo? ¿Podemos resistirnos a los requerimientos de un Dios que nos entrega su Corazón, que nos abre su Intimidad y nos ruega, nos invita, a que vengamos a Él?

 

Nos invita a cargar con su yugo

El yugo del Señor es suave, es llevadero; no es pesado, no es oprimente, porque es de Él. Yo no sé si viviendo en esta sociedad, tan tecnificada, habréis visto alguna vez un yugo. No sé si sabeis cómo es, para qué sirve, en qué consiste… Es un instrumento que se pone en el cuello de las bestias, sean mulos o sean bueyes, para mantenerlos unidos e impedir que se separen, para mantenerlos con la cabeza baja. Es rígido, generalmente de madera, y no se puede usar nunca con un solo animal: hay que utilizarlo con dos, si no… no sirve. El yugo nunca es para uno solo, el yugo es siempre para dos: para que los dos vayan juntos, para que los dos vayan siempre a la par, para que ninguno se adelante al otro o vaya en dirección opuesta. El yugo les une y les obliga a hacer lo mismo: a caminar en la misma dirección. Nunca es para uno solo.

Cuando Jesús dice «cargad con mi yugo», nos está diciendo entre líneas que Él va a estar siempre con nosotros, que Él va a estar siempre conmigo, en concreto. Su yugo es para mí pero con Él. El yugo no lo voy a llevar yo sola: no puedo llevarlo sola, no sirve para nada sola, como tampoco Jesús lo lleva solo.

Es para aquel que quiera ponerse bajo el yugo sabiendo que al otro lado está Jesús y para caminar con Él, para estar con Él, para ir al unísono con Él, para moverme en la misma dirección que Él, para no poderme separar nunca de Él… ¡Ese es el yugo de Amor del Corazón de Cristo! ¡Es un yugo suave, dulce, llevadero…!
Es un yugo que sirve para creer, para orientar, no para oprimir.

«Cargad con mi yugo» es una invitación más que un mandato. «Cargad con mi yugo» quiere decir: «Ven, Conmigo a la mitad en todo». Y esto es impresionante porque no solamente nos está ofreciendo la oportunidad de compartir nuestra vida con Él al cincuenta por ciento en todo y siempre ―que ya es bastante regalo― es que, al mismo tiempo, Él se está abajando: está abajando su Cerviz, su Cabeza, para permanecer a nuestra altura, adaptándose a nuestra capacidad. Y para permanecer así siempre, sin desuncirse del yugo, sin querer escaparse, sin abandonar. Y esto, como todo lo del Señor, no es una imposición, es una invitación.

Pero el yugo se torna oprimente si al otro lado ponemos alguien que no sea Jesús. Si sustituimos a Jesús por cualquier otra criatura, el yugo puede ser insoportable, aborrecible… y podemos acabar despreciando a Dios, a la Ley, a todo… porque sin Jesús nada tiene valor, nada tiene sentido y nada es soportable.

HALLAREIS VUESTRO DESCANSO…

Es nuestro Modelo

Jesús callaba. A la violencia responde con el silencio, a la injusticia responde con el silencio. No juzga, no les condena, no critica, no murmura, no difama… permanece en paz, porque tiene el Corazón lleno de amor y paz.

Y El es nuestro Camino, nuestro Modelo… esa es la Verdad, Jesús es la Verdad y la Vida, y el único Camino verdadero.

Él es el patrón, el modelo a seguir. Jesús en su Pasión no generó en ningún momento ni una brizna de odio ni de violencia. Ellos le odiaban pero Él siguió amando, ellos le trataban violentamente pero permaneció manso y humilde: no amenaza, no maldice, no muestra ira ni enfado, sólo mansedumbre y humildad.

Las pocas palabras que los Evangelios nos recogen en la Pasión de Jesús son palabras de misericordia, de perdón, de rogar al Padre, de regalarnos a su Madre, de regalarle a Dimas el paraíso… No hay ni una sola maldición, ni amenazas, ni condenas… pide perdón ante el Padre. Ese es Jesús, nuestro Modelo, que permanece en silencio, mirándonos y esperándonos. Cuando venimos se goza, se alegra, y si no venimos… lo sufre en silencio, no se queja, no murmura, no nos juzga y mucho menos nos condena. Lo único que hace es esperarnos y no cansarse de amarnos.

Él es el Príncipe de la paz y nos enseña que no hay otra manera de lograr la paz. Es imposible conseguir la paz en un mundo donde los corazones se odian, tienen resquemor, celos, envidias… La paz sólo puede brotar de un corazón nuevo, renovado, del ideal es tener un corazón como el de Jesús.

Nos pide que confiemos en El

¿Por qué a veces tenemos miedo a fiarnos de Dios? ¿Por qué nos da tanto pavor arrojarnos en sus Brazos, dejarnos conducir, abandonarnos en Él, entregarle todo lo que somos, confiar…? ¿Por qué nos cuesta tanto? ¿Por qué somos tan duros de cerviz y de corazón? ¿Qué nos puede negar Quién por amor se ha entregado de esta manera? ¿Por qué tenemos tanto miedo? ¿Por qué nos fiamos antes de cualquiera que de Dios? ¿Por qué nos fiamos tanto de nosotros mismos, de nuestra energía de carácter, de nuestros propósitos, de nuestras resoluciones y tan poco de Él, de su Gracia, de su Fuerza, de su Amor?

El miedo es la peor trampa, porque nos paraliza y nos anula. Y todos los miedos son malos, todos. El peor de todos, es -y se da con bastante frecuencia- es el miedo a amar, el miedo a vivir el mandamiento nuevo. Con lo cual toda nuestra fe y nuestra vivencia cristiana se va al traste, porque el amor es el precepto nuevo que Jesús nos da, y nuestra capacidad de amar es el talento que no hacemos rendir lo suficiente, casi siempre por miedo. Mirad al Corazón de Jesús: El no tuvo miedo a amarnos… ¡hasta el extremo! Mirad al Corazón de Jesús desnudo -despojado de todo- en el Pesebre y en la Cruz.

Y la única manera de transformar el mundo es amando. Esa es la asignatura que todos tenemos pendiente y a la que ningún cristiano puede renunciar: amar siempre y de todas formas.

Y yo os pregunto y con eso termino: ¿Creéis que si Dios se hubiera entrado en la dinámica de nuestros cálculos y nuestros miedos, se hubiera encarnado en el seno de una mujer y se hubiera arriesgado a todo lo que se arriesgó? Si se hubiera sentado a calcular y a pensar todo lo que le podía pasar, ¿se hubiera encarnado? Sinceramente creo que no.

¿Qué es lo que hace al Verbo de Dios salir de Sí, del seno de la Trinidad, y unirse a una naturaleza humana haciéndose verdadero Hombre? ¿Qué es lo que le hace salir? ¿El miedo? ¡No! ¡¡¡El amor!!! Pero Él no vive de cálculos. Él no puede calcular -no quiere calcular- porque nos ama y, en el amor, el cálculo no entra. Jesús deja obrar a su Corazón y el amor de su Corazón solamente comprende una cosa: la necesidad imperiosa e inevitable de darse, de expandirse, de entregarse. La persona que -ante alguien que le pide algo- se sienta a calcular hasta el último detalle de su entrega, esa persona no ama. La persona que de verdad ama y está enamorada no calcula, simplemente se entrega al ser amado con todo su ser y sin medida, sin calculo, sin límite… Eso es lo que hizo Dios en Jesús: darse sin reserva, sin cálculo, sin medida y no en un momento dado de la historia sino que nos ha prometido -y su palabra es verdad- que lo hará todos los días hasta el fin del mundo.